jueves, 6 de octubre de 2016

Los quehaceres del amor.

Las cosas que hacemos por amor, en realidad, son más tenebrosas que las que hacemos por desamor.
Porque por amor somos capaces de cambiar las formas, hacer lo impropio en uno mismo, para endulzarnos y parecer mejores, para gustar y enamorar; para hacer de la salida un camino de rosas sin espinas.
Hacemos que cambiamos, corriendo y a la fuerza por eso de que la primera impresión es la que queda. Pero no cambiamos en realidad, lo que hacemos es tapar lo que nos parece algo menos que mugre, la tapamos a conciencia con bonitas telas de flores, disfraces de lo que creemos que el otro ansía ver. Y nuestro verdadero ser queda catapultado bajo cientos de mentiras. Ahogándose. Malherido pero vivo, respirando a duras penas mientras maquina para cuando llegue el desamor.
Y el desamor puede tardar en llegar, es más, puede que no llegue nunca y ese ser que tapamos en su día deje de respirar para dejarnos ser otra persona o vaya soltando el aire hacia afuera lentamente, mezclándose con los años y las palabras, saliendo tan despacio que se normalice en un nuevo ser, o el ser antiguo sea aceptado porque no logramos engañar al amor o bien porque lo engañamos tan bien que no puede hacer otra cosa que aceptarnos tal y como somos, con toda la mugre de fábrica.
Y si esto último llega a suceder, cuida bien ese amor, porque realmente fue él quien hizo el sacrificio, y más que por gusto fue por obligación.
Y todo esto es algo que hacemos todos, porque el otro también lo hizo, en mayor o menor medida y por los mismos motivos existenciales y primitivos.
Pero si llega el desamor.., ay! Si llega el desamor.
Podemos haber acumulado junto a la mugre mucha amargura que se unió a ella para crear ahí abajo un verdadero monstruo, que no es más que nuestro yo venido a más, viviendo reprimido sin casi espacio ni aire, furioso y herido.
Entonces llega el susodicho desamor y, tanto si queremos como si no, le abre la puerta de par en par, le quita las capas floridas de telas primaverales y lo deja escapar. Impregnando todo de amargura y liberación.

No podemos reprocharle nada, nosotros lo encerramos ahí, eso fue lo tenebroso. Encerrarlo y dejar que siguiera vivo, enjaulado, alimentándolo, preparándolo para lo peor. No podemos reprocharle nada porque hasta cuando sale el monstruo nos valemos de él, festejamos su presencia y lo usamos de escudo.