viernes, 1 de octubre de 2010

todos mis amantes, 2

Maridos y esposas.




Me pregunto por qué se le da el mismo nombre a dos conceptos tan diferentes como son la esposa (parte femenina del matrimonio) y a las esposas (ese artilugio con el que mandarlo a uno preso). Acaso el matrimonio es para el hombre una condena? ¿Acaso que lo detengan a uno es como pasar por el altar?

El caso es que mi relación y experiencia con esposas fue como estar esposada, acaso se refiere a eso, que la mujer al casarse se ata. Todas las esposas con las que me crucé eran un poco carceleras incluso de sí mismas, porque no sólo me crucé con las esposas de mis amantes, alguna de ella lo era propiamente siendo la esposa de alguien. Y era esposa hasta en cama ajena.



Poco antes de morir mi marido decidimos alquilar el apartamento de la playa para no dejarlo caer en la dejadez. Yo misma entrevisté a la pareja que lo alquiló, jóvenes y guapos creí que les duraría dos telediarios pero me descubrí asombrándome de que pasaran los años y siguieran tan perfectos con el alquiler, pagando y sin ningún tipo de queja ni contratiempo.



Llevaba ya año y medio de viuda cuando conocí a Damián; un ávido publicista con el que empezábamos a codearnos en la editorial y, aunque ni siquiera pensé en la posibilidad de mezclar trabajo con placer, a las pocas semanas ya retozaba en mi cama grande y hasta el momento vacía. Me impregné de su ilusión y empeño en todo lo que hacía; me deslumbré con la luz que proyectaba sobre todas las cosas y su entusiasmo general.

Damián estaba casado con una mujer que seguramente era una buena esposa pero no tanto amiga ni amante, aunque nunca lo hablamos lo fui descubriendo en los recovecos del torrente que era él. No podía imaginar que la verborrea que gastaba conmigo la tuviera también en su casa porque no era humanamente posible.

Me gustaba nuestra relación porque después de unas semanas de dolores de cabeza y razón entendí que la amistad se había asentado y era la base de todo lo demás. Yo era su amiga y su protectora y él era lo mismo para mí. A partir de ahí el sexo corría como el alcohol en las desmedidas fiestas. Nunca le planteé que se quedara conmigo y siempre fui consciente de por qué. Temía el rechazo. Al principio lo temía fervientemente, temía romper algún hilo demasiado importante, con el tiempo y pasado el calentón posesivo ya no me importó ser “la amante” siempre que cuando se acabara lo de recorrer juntos los rincones de todos los lugares íntimos persistiera la amistad.

Damián logró que me estabilizara más en el trabajo, quizás porque algo del mismo lo compartía con él y como me sucedió con mi marido, compartir eso lo convertía en un reto diario, una ilusión el cada proyecto y en cada línea.

En esos días conocí también a Claire, una francesa peculiar, sobrada de talento pero falta de malicia y amor propio. Su imagen era la de una muñeca frágil oculta bajo la piel de una mujer adulta, algo que su vida fallaba hasta el punto de hacerle perder el equilibrio y la cabeza casi, pero dio conmigo y se mezcló con nosotros, convirtiéndonos en su guarida.

Al principio de las andadas de este nuevo trío todo ando sobre ruedas, se metían en la cama la genialidad de Damián con la poesía de Claire y luego estaba yo, feliz receptora del arte y talento de mis amantes; tanto que logré remontar mi proyecto literario convencida de que tantas caricias, sensualidad y derroche de energía eran la mejor inspiración, las musas se alimentan del sexo.



Todos estábamos con todos y nadie era de nadie, cada cual en su casa ya tenía las ataduras suficientes.

Pero tanta maravilla se fue apagando con los meses, Claire ya se traía como juguete sus frustraciones caseras; casada también y esposa con todas sus letras. Su marido, una especie de dios del olimpo, no era especialmente un esposo, ni un amigo ni un dedicado amante, era su marido y su hombre pero su matrimonio no sólo no llenaba a Claire si no que además la vaciaba de todo.

De pronto Claire era la esposa en nuestra cama, era la mía y la de Damián con todo lo malo que eso conlleva, quiero decir, ya no eran frecuentes los momentos de puro y exclusivo placer; nos vimos respondiendo a celos triangulares e infidelidades absurdas, buscando excusas para escapar de lo que ya era nuestra vía de escape.

Hasta que al final llegó la separación por mi parte; no podía consentir pagar los platos rotos de un matrimonio que no existía. Fue una ruptura pausada pero rotunda, me fui tan despacio que fue algo casi natural.

Ellos por su parte siguieron con el idilio, desconozco si con los tiros y afloja propios de un matrimonio o con los de una pareja de amantes furtivos.

Me desvinculé de la relación pero sin perder el contacto, Claire ya no era mi amante pero si mi amiga y no pensé que debiera dejar de ser su confidente, especialmente porque me preocupaba su estabilidad emocional y una vez cortada la relación se me hacía más humano soportarla. Con Damián seguía una respetable relación laboral si bien por azares de la vida la amistad fue deteriorándose.



Algunos meses después celebramos una fiesta en la editorial con motivo de la presentación de un espectacular proyecto; se trataba de una edición de lujo sobre el trabajo de un creciente artista.

En el cóctel estaban todos nuestros colaboradores invitados e, impregnados del ambiente festivo de la navidad próxima, no faltó nadie.

Saludando a los invitados di con Damián, acompañado de su esposa, una chica alta y guapa, morena, parecía una muñeca de porcelana o el calco en carne y hueso de una barbie morena. Y me resultaba tan familiar! La conocía, había hablado con ella sobre la tranquilidad del mar, los hijos que ninguna de las dos tenía, del futuro efímero y el pasado inconcreto. Era la chica del apartamento de la playa. Por su expresión plana y lineal de esa noche supuse que ella no me había reconocido, parece que mis tributos en la cama no se respondían con mi vulgar presencia del montón.

Damián no era, por mucho que hubiera cambiado, el chico que tenía el piso alquilado, el tal Máximo Rodríguez, a cuyo nombre estaba el contrato de alquiler. Desde luego que no era él, a quien a penas conocía pero recordaba su cara, a quien sí conocía era a Damián, cuyo cuerpo conocía palmo a palmo con todos mis sentidos. Pero el tal Max, del que por otra parte había oído tantos lamentos y milagros, estaba también ahí, algunas cabezas y risas más allá y del brazo llevaba su esposa, ahora mujer llavero, Claire.

Quise desaparecer justo cuando me vi en medio del círculo que formaban ambas parejas; bellas, exitosas y sonrientes.



Me llevó los instantes más largos del mundo pero huí, no sólo del círculo que representaban los maridos y esposas erróneos sino también de la editorial, perdiendo el contacto con Damián y Claire. Supuse que por lo menos el idilio entre sus respectivos terminó unos tres años después cuando no renovaron el contrato de alquiler, nunca supe los detalles, quizás quise pensar que el engaño había llegado a su fin.

Yo por mi parte me retiré de la olla de caracoles que me parecía en eso momento la editorial, mezclados placeres con deberes era como si las líneas de letras que era mi vida estuvieran revueltas sin orden ni concierto.

Y aunque me fui con la extraña sensación de falsedad también me llevaba el buen sabor de boca que me dejó el artista, en el cuerpo y con su obra. Fuente de inspiración para la reestructuración de mi inacabada obra y algunas otras.