domingo, 6 de febrero de 2011

Historia de una bruja descalza.

Es difícil quitarse el estigma de bruja, la etiqueta, la sombra, las formas, los hábitos, el olor y hasta la apariencia lejana. Ser bruja es como ser fumadora, o para mí es lo mismo, siempre quieres dejarlo pero nunca pareces poner suficientes ganas. La pobre diferencia es que ser bruja es menos dañino, a la larga, que el tabaco. Pero como todo, un buen día te puede matar, te puede alcanzar el proyectil de un cazador mientras ocupas el cuerpo de un tordo igual que te puedes precipitar al vacío desde la escoba o aspirador voladores. Todo en la vida tiene su riesgo y su mérito.


Me consuela pensar que si dentro de treinta y pico años, si no logré las alas, podré refugiarme en la brujería para no trabajar hasta la muerte, digo, trabajar batiendo dulces a lo abuelita encantadora. Que ya me veo en la residencia, con el tacatá, subiendo al coche de mis hijos o nueras o yernos para que me acompañen al trabajo. Qué cosas!

Y mientras, para guardar las apariencias, me las paso pegando y despegando las alas de las chaquetas, jerseys y vestidos varios, tras coserlas a un velcro. Y es que yo no quiero ser una bruja, pero es como un vicio, y cuando no logro mantenerlo, cuando el mono me asedia; me subo a la escoba y enfilo desde el balcón hacia la brisa marina o la brisa naranjera o la brisa que sea.

A veces me pregunto qué habría sido de mí si mi madre no me hubiera cortado las alas, o si será realmente bueno recuperarlas y cambiar de gremio. A veces llego a la conclusión que lo mío no es más que un capricho, como no estar contenta con el pelo de una.

De ángel, sería más guapa y más buena, con mejor fama (eso porque no acabo de determinar si el ángel hace cosas buenas o las cosas buenas hacen al ángel) pero quizás mi existencia sería un poco más vacía. No se añora lo que no se conoce (mentira), pero yo ya llevo mucho de bruja y conozco bien lo que llena mi vida como tal.

Las alas no tienen vida propia, generalmente, porque son extensión de una misma, como otros brazos algo más peludos y desubicados. En cambio mi aparato volador actual sí la tiene, y aunque no hable, me hace bastante compañía.

Que no sé yo si vale la pena seguir intentándolo o si será más divertido vivir haciendo el tonto, cosiendo las alas cuando me dé nostalgia sin olvidar dónde dejo las botas, porque lo peor de todo es que la fase bruja te pille descalza, con las alas sin poner y la escoba lejos. Cuando una baja de los cielos resulta que el asfalto está lleno de imperfecciones; resulta que la realidad son cuchillas.