lunes, 1 de noviembre de 2010

todos mis amantes 3

Lienzo sexual.




Sería por eso de que cuando se cierra una ventana se abren otras, o quizás no, pero así lo recuerdo, cerrando un gran portal para que se abriera una ventanita por la que escapar siguiendo un rastro sexualmente fresco, por qué negarlo, sobretodo sexual.

Después de cerrar mi relación a tres con Damián y Claire intenté centrarme en el trabajo; aparcando también mi novela, que ya iba siendo como un diario de lo que no es ni podría al paso que iba, aceptando un proyecto de la editorial.

Me pareció querer ponerle letra a la música, osado pero estimulante. Era realmente ponerle letra al arte, escribir lo que veían mis ojos y sentía con las manos al contemplar su obra, la de un artista en pleno crecimiento y en boca de todos. Jordi.

Yo ya conocía a Jordi aunque no puedo recordar o concretar cuándo ni cómo lo conocí; quizás Ángel me habló de él, quizás era amigo de una amiga o quién sabe, quizás estuvo siempre ahí, cerca. Era el moreno ése que reconoces pero al que no conoces más que de reconocerlo cuando lo ves. Habríamos cruzado centenares de levantamientos de ceja a modo de saludo en las ocasiones que coincidimos a lo largo y ancho de la ciudad y en los muchos eventos a los que acudí del brazo de mi afamado esposo antes de trabajar con él.

Tuvimos una manera poco real de reencontrarnos e iniciar el trabajo, contactando siempre por mensajes y llamadas, afianzando ideas y confianzas hasta que un día me descubrí ansiosa por verle y cuestionándome la naturaleza del deseo. Honestamente, no me lo pregunté muchas veces, seguía claramente una ráfaga de aire renovado y brutalmente llamativo.

Nos citamos una mañana muy temprano en la puerta de un concurrido café en el centro de la ciudad, quizás para que los mirones nos ataran fuerte, como queriendo poner trabas a no sé qué; aunque de poco y poco duraron las trabas porque nada más verlos caminamos hasta el recodo más oculto, al final de una callejuela llena no de putas pero si de mugre y amoníacos rociados en los bajos de los muros; al fondo de la sala de un largo, estrecho y cutre bar, al resguardo de la oscuridad de la última mesa comiéndonos con la mirada y preguntándonos qué hacíamos ahí, como dos colegiales cogidos de la mano, perdiendo un hermoso tiempo de retozar en la cama a la hermosa luz de esa mañana.

Y se nos fue el día en eso, y la noche, y las noches y días del resto de la semana.

Al principio a penas hablábamos, temíamos perder las fuerzas en las palabras que salían de nuestras bocas; qué decirnos que no supiéramos? Por qué hablar más allá de lo que nos decíamos con las manos, con los besos, con la lengua? Y tampoco nos quedaba nada ya, nada de tiempo, nada que decirnos, el sueño nos vencía; anudados los cuerpos tras posturas imposibles, amanecíamos a cualquier hora, saciada la muerte de la vigilia vencidos ahora por el hambre, y de nuevo a consumar el arte.

La cama como lienzo sexual donde dibujarnos, calcarnos y pintarnos, él pincelando con su lengua cada rincón de mí, tantas veces profanados para redescubrirlos de pronto, de la mano de Jordi en una primera vez. Perdí la noción del tiempo entre sus piernas, nadando en el espacio donde sólo estaba él; chupando, mordiendo, tragando, amándolo.

Aunque fue una semana intensa pasó rápido, como una exhalación que se evapora en el calor de los cuerpos, los nuestros. Una semana intensa de comernos continuamente, y no conocer otro horizonte que no acabara en su sexo, su boca, sus ojos, su piel…, y sin embargo era tal como bucear las profundidades, donde nunca se acababa el coral. Penetrando hondo sin que llegara a faltar el aire.

Conquistando rincones de piel; colonizándome terrenos desconocidos hasta entonces, Jordi llegó donde nadie había estado y llenó el espacio de él en mí dejando una huella profunda e inalcanzable. La última mañana que pasé con él, retorcida bajo su delgado cuerpo sin fin, quiso inmortalizarme en las sábanas; una locura romántica como colofón de un festival sexual pero sin más trascendencia, aunque para mí era todo un honor pensé que la obra se quedaría guardada en el fondo de un armario, o quizás tendría un baúl lleno de lienzos sexuales con la silueta de sus amantes, quizás luego lo usara de herramienta, a trapos. Pero no dejaba de ser una idea excitante a la que me presté entre risas, besos y caricias. Acabamos con pintura en los lugares más recónditos, días tarde en redescubrirlos frente al espejo, pensando “mira dónde fue a dejar las huellas éste, por aquí pasó Jordi!”, también pensé que él tendría más maña para despintarse y me pregunté cuántas veces y con cuántas mujeres acabaría igual, mi gran y escurridizo artista, ése que parecía no estar nunca en ninguna parte.

Tras la presentación del libro de su obra y la inauguración de la exposición de la misma no volví a verlo más, ni siquiera por causalidad aunque creí cruzarlo algunas veces, creí verlo de lejos.



Hace unos meses, caminando de nuevo por la ciudad que dejé atrás hacía años una tela llamó mi atención en una majestuosa sala de arte, era mi lienzo, más bien mi silueta en el lienzo sexual de Jordi; no podía ser otra porque tal como las pintamos estaban nuestras iniciales en el borde inferior derecho. Sonreí para mí mientras una niñita tiraba de mi mano.

Seguí sin querer más, sin querer averiguar si habría más telas, si era una exposición de Jordi o multiartista, seguí por no estropear el recuerdo. Quería recordarle por el halo de misterio y silencio con el que llegó y se fue nuestra historia, sin más palabras que las que se escapaban en los jadeos. Sin ataduras, sin un antes ni un después. Sabiendo que aún no es tarde para volver sobre mis pasos y sobre sus huellas.

De ese lienzo que fue su sábana salió también mi novela; con tanta agilidad de pronto como fluyó el sexo entre Jordi y yo, aunque luego sentí celos de compartirla con el mundo cuando por fin lo hice años más tarde supe que nadie como Jordi ni nadie me daría tanto como me dio él sin pedir nada a cambio, nada más que lo mismo que él daba.