domingo, 12 de diciembre de 2010

EL puente del deseo.

Hoy anduve por tu puente;



cruzándolo de tu mano


o con tus manos.


caminando en ti y contigo.






Me dejé llevar, flaqueé contra el enemigo complicado,


en forma de peros.


Pero el amor es sabio (y su fuerza atrae),


el mar cura, y la sal limpia.


Y encontré arena y te busqué en el puente.






Yo cosía las tablas con palabras, (palabras como pétalos)


y con mi boca;


mientras con una mano cacé un lazo, para ti, para atarte a mí.


Para mí.


Para nosotros y las cosas simples.


Miles de ellas.






Se deshizo el lazo


para cubrirnos de capa


y de delicias (al roce de tu suave piel y tu dulce lengua)


pero te perdí.






Sigo en el puente, sentada donde me dejaste


y como me enseñaste, esperando y esperando


Sin perder la sonrisa.


Suspendida en el aire de tu puente azul


me alimento de pétalos;


de unos pocos,


y con otros muchos


relleno este espacio en blanco,


que no es más que el reverso


del papel de tu regalo.






Y cazo estrellas, para convertirlas en tus ojos


y así tenerte en ilusión, al menos.


Para conservar la sonrisa mientras te espero.


Para conservarte en escudo contra todos los peros


que son como gaviotas hambrientas de deseo.






Te conté que el deseo es malo?


Vive de camino al infierno.






Quizás aquí mismo,


en este punto del puente es donde vive,


quizás al infierno es donde lleva tu puente.


En mi infierno es donde termina.






Parece ahora un puente de papel,


que se deshace al tacto con las gotas.


Gotas que son lágrimas


o quizás también sean pétalos.


Pero se deshace como sea


y resulta haber mucho aire, aire frío,


entre tu puente y el mar.


Y resulta haber muchos peros, entre tú y yo.


Y resulta que también son pétalos, como arma de doble filo.






Me caigo de tu puente azul, otra vez.


Y caigo por mucho tiempo;


a través de un sueño que quizás era nuestro,


o quizás sólo mío.






Veo el lazo, que ya no es una capa.


Cae junto a mí, siento que no podré cogerlo,


de pronto está lejos.






El mar es piadoso hoy, en este gris día


que por un momento se me antojó azul.


La caída no rompe huesos, ni ilusiones.


Y el nadar me lleva de nuevo a la playa.


Otra vez limpia yo.






Allá a lo lejos distingo a un hombre.


Es el hombre complicado, el deseado,


el conocido.


El hombre que fue otoño y cálido.


Camino hacia él.


Pero no con él, ni en su sueño.
 

El mar en tus ojos.

“La gente hace cosas raras desde que nace hasta que muere.- se dijo Marc mientras observaba a su hermano anudar las redes que había deshecho previamente.- Por lo menos Lluc.”


Éste confeccionaba una red especial para atrapar, que no pescar, al pez de oro. El pez de oro había sido visto en la costa, dentro incluso de la bahía. Se decía que el pez tenía esmeraldas por ojos y pequeños diamantes incrustados entre las escamas, que sus aletas eran de cristal y sus dientes rubíes. Se dejó ver de día y centelleó en las noches claras.

Marc se mostraba incrédulo ante tanto brillante, claro que él también había oído los rumores, pero siempre caía en las redes de Lluc, dejándose arrastrar por sus locuras. Algunas veces no fueron más que locuras que mejor ni rememorarlas, otras, en cambio, resultaron ser auténticas aventuras insólitas, que si bien cabía recordarlas no valía la pena intentar explicarlas, por imposibles.

- En el supuesto caso de que el pez nade por aquí, de que exista, vamos. Para qué lo quieres?- Preguntó Marc.

Ambos hermanos eran inmensamente ricos, ambos habían vivido hasta el momento el equivalente a tres vidas en las cuales habían acumulado grandes riquezas y gastado otras tantas. Ambos habían llegado a un punto de su existencia en la que ya no daban valor a las riquezas, pero quizás Lluc, por ser un poco más joven, seguía en la inocencia de lo insólito.

- Se lo quiero regalar a Marta.- dijo casi por lo bajo.

Marc farfulló algo inteligible hasta para él mismo.



Marta era la joven esposa de Lluc, estaba muy enferma y los médicos no hallaban cura alguna, iba a morirse en unos meses, estaba del todo asumido, por lo menos por los dos hermanos. Era curioso, en la actualidad Marc no había querido casarse, no había aprendido en las dos vidas anteriores a perder seres queridos. Lluc, en cambio, se había casado tres veces, una en cada vida y había perdido a dos esposas. Decía que era ley de vida y aún después de sufrir las pérdidas él creía en el amor y sentía la necesidad de darlo, no pudo, pero, convencer con esos argumentos a su hermano.



Ante tal revelación, Marc, optó por no decir nada, eran muchas las veces que habían hablado y discutido sobre eso. Lluc, para defender su postura se hacía el fuerte ante las adversidades pero Marc lo conocía y sabía que sufría con cada golpe como si fuera la primera vez, y es que lo peor del amor es que siempre llega como nuevo, siempre es fresco y siempre nos coge desprevenidos. Si algo era cierto, a pesar de todo, es que en esta vida, Lluc era feliz viviendo su medio engaño y Marc se había vuelto un poco huraño.



Cuando las redes estuvieron listas zarparon en el llaüt de Marc colocándose en las lindes de la bahía. Pasaron gran parte del día hablando de sus antiguas vidas y aventuras, temas que nunca se cansaban de comentar; también se pusieron al día de sus quehaceres en el pueblo, Marc, precisamente, era pescador y Lluc banquero. Hablaron de sus padres, a los que hacía poco habían visitado, no como calidad de hijos, ya que estos tenían una edad casi siempre similar a la suya, así que en todo caso pasaban por primos.



Permanecieron allí más de doce horas hasta que a lo lejos vieron acercarse destellante al pez de oro.

Entonces Lluc sacudió el cabo que salía del agua, aquél que sujetaba su extraña red.

- La red lo atraerá hasta nosotros, la belleza llama a la belleza- decía sin dejar de mirar al horizonte, donde podían verse destellos gracias al reflejo de la luna, intermitentemente. Casi brillaban más sus ojos que todo el conjunto de luces esparcidas en el firmamento y el agua del mar.

Lluc había tejido la red con sus manos y en cada nudo había una esmeralda, un trocito de nácar rosado u otras piedras preciosas; además la red era grande en exceso con lo que Marc se preguntaba si no tendría más valor y belleza que la presa en sí. Pero bueno, era tontería preguntar después de tres vidas observando las curiosidades e inquietudes de su hermano.

Unos instantes después el cabo de la red se sacudió entre las manos de Lluc y entre ambos lo sujetaron fuerte.

-Ahí está, ahí está, bien chico, bien.- Decía entre dientes Lluc, como si el animal pudiera oírlo y tranquilizarse.

Fueron recogiendo la red hasta dar con el bulto que era el pez, sin duda era una gran pieza, por lo grande que era, pesaría unos ocho quilos sin contar el peso del oro ni los cristales. Lo subieron a bordo y fueron abriendo la red hasta dejarlo descubierto.

- Es precioso! - dejó escapar Marc sinceramente; era quizás una de las cosas más bellas que había visto en sus tres vidas, brillaba con luz propia antes de que la luna se reflejara en sus escamas. Y sus ojos verdes, tan intensos que iluminaban el rostro de Lluc, que irradiaba felicidad. Entonces le miró, Marc miró a Lluc y vio el mar en sus ojos, vio la inmensidad del mar, del amor, de la noche, de la vida y de las sensaciones.

Y esa era su recompensa, se dijo, verlo para no olvidarlo jamás, entendiendo así cada instante de su vida y de la de su hermano.

Observó durante unos instantes a su hermano que a su vez miraba fijamente al pez, maravillándose. Parecía que se hablaban con los ojos, pez y hombre.

Lluc cogió el pez entre sus manos con cuidado de que no se le resbalase ni de pinchase con las aletas; lo alzó hasta la altura de sus ojos y entonces el pez escupió un enorme diamante. Marc, incrédulo, vio como su hermano, después de eso, devolvía el pez al mar y éste, a su vez, nadaba alejándose del llaüt.

- Por qué lo sueltas?

Lluc sonrió buscando sobre sus piernas el diamante y guardándolo.

- Era demasiado bello para que alguien lo capturara.- a Marc le parecía cierto y acertado.- En su lugar me ha dejado un regalo para Marta, a cambio de que lo deje libre, para que otros hombres sigan teniendo la esperanza de dar con él, como nosotros esta noche.

Marc suspiró, de nuevo su hermano le había dado una lección, de nuevo una de las locuras de Lluc se había convertido en una de esas experiencias rememorables pero no confesables. Aunque tampoco su existencia real lo era. Decididamente, había cosas a las que uno nunca se acostumbraba a pesar de los años y las vidas. No se acostumbraba al amor, ni al desamor, ni a las pérdidas, ni a la capacidad de asombrarse, también era cierto que con un compañero como su hermano era difícil acostumbrarse. Se sintió entonces afortunado y se sorprendió porque eso ya le había pasado incontables veces, afortunado de tener a su hermano cerca por toda la eternidad; y le asaltó de nuevo esa pregunta, tantas veces efectuada y sobradamente sabida:

- Sabes, por mucho que busques en todos los mares jamás encontrarás la riqueza que yo poseo, que eres tú.

- Yo no busco tesoros ni riquezas, sólo busco que no se apague esta llama que hace que no te canses de estar a mi lado.-contestó Lluc antes de que él siguiera con su frase.



Y volvieron al puerto, con su pequeño regalo para Marta y su gran tesoro latiente. El pez de oro siguió nadando por ese y todos los mares, buscando esperanzados humanos a quién regalarle su belleza.

lunes, 1 de noviembre de 2010

todos mis amantes 3

Lienzo sexual.




Sería por eso de que cuando se cierra una ventana se abren otras, o quizás no, pero así lo recuerdo, cerrando un gran portal para que se abriera una ventanita por la que escapar siguiendo un rastro sexualmente fresco, por qué negarlo, sobretodo sexual.

Después de cerrar mi relación a tres con Damián y Claire intenté centrarme en el trabajo; aparcando también mi novela, que ya iba siendo como un diario de lo que no es ni podría al paso que iba, aceptando un proyecto de la editorial.

Me pareció querer ponerle letra a la música, osado pero estimulante. Era realmente ponerle letra al arte, escribir lo que veían mis ojos y sentía con las manos al contemplar su obra, la de un artista en pleno crecimiento y en boca de todos. Jordi.

Yo ya conocía a Jordi aunque no puedo recordar o concretar cuándo ni cómo lo conocí; quizás Ángel me habló de él, quizás era amigo de una amiga o quién sabe, quizás estuvo siempre ahí, cerca. Era el moreno ése que reconoces pero al que no conoces más que de reconocerlo cuando lo ves. Habríamos cruzado centenares de levantamientos de ceja a modo de saludo en las ocasiones que coincidimos a lo largo y ancho de la ciudad y en los muchos eventos a los que acudí del brazo de mi afamado esposo antes de trabajar con él.

Tuvimos una manera poco real de reencontrarnos e iniciar el trabajo, contactando siempre por mensajes y llamadas, afianzando ideas y confianzas hasta que un día me descubrí ansiosa por verle y cuestionándome la naturaleza del deseo. Honestamente, no me lo pregunté muchas veces, seguía claramente una ráfaga de aire renovado y brutalmente llamativo.

Nos citamos una mañana muy temprano en la puerta de un concurrido café en el centro de la ciudad, quizás para que los mirones nos ataran fuerte, como queriendo poner trabas a no sé qué; aunque de poco y poco duraron las trabas porque nada más verlos caminamos hasta el recodo más oculto, al final de una callejuela llena no de putas pero si de mugre y amoníacos rociados en los bajos de los muros; al fondo de la sala de un largo, estrecho y cutre bar, al resguardo de la oscuridad de la última mesa comiéndonos con la mirada y preguntándonos qué hacíamos ahí, como dos colegiales cogidos de la mano, perdiendo un hermoso tiempo de retozar en la cama a la hermosa luz de esa mañana.

Y se nos fue el día en eso, y la noche, y las noches y días del resto de la semana.

Al principio a penas hablábamos, temíamos perder las fuerzas en las palabras que salían de nuestras bocas; qué decirnos que no supiéramos? Por qué hablar más allá de lo que nos decíamos con las manos, con los besos, con la lengua? Y tampoco nos quedaba nada ya, nada de tiempo, nada que decirnos, el sueño nos vencía; anudados los cuerpos tras posturas imposibles, amanecíamos a cualquier hora, saciada la muerte de la vigilia vencidos ahora por el hambre, y de nuevo a consumar el arte.

La cama como lienzo sexual donde dibujarnos, calcarnos y pintarnos, él pincelando con su lengua cada rincón de mí, tantas veces profanados para redescubrirlos de pronto, de la mano de Jordi en una primera vez. Perdí la noción del tiempo entre sus piernas, nadando en el espacio donde sólo estaba él; chupando, mordiendo, tragando, amándolo.

Aunque fue una semana intensa pasó rápido, como una exhalación que se evapora en el calor de los cuerpos, los nuestros. Una semana intensa de comernos continuamente, y no conocer otro horizonte que no acabara en su sexo, su boca, sus ojos, su piel…, y sin embargo era tal como bucear las profundidades, donde nunca se acababa el coral. Penetrando hondo sin que llegara a faltar el aire.

Conquistando rincones de piel; colonizándome terrenos desconocidos hasta entonces, Jordi llegó donde nadie había estado y llenó el espacio de él en mí dejando una huella profunda e inalcanzable. La última mañana que pasé con él, retorcida bajo su delgado cuerpo sin fin, quiso inmortalizarme en las sábanas; una locura romántica como colofón de un festival sexual pero sin más trascendencia, aunque para mí era todo un honor pensé que la obra se quedaría guardada en el fondo de un armario, o quizás tendría un baúl lleno de lienzos sexuales con la silueta de sus amantes, quizás luego lo usara de herramienta, a trapos. Pero no dejaba de ser una idea excitante a la que me presté entre risas, besos y caricias. Acabamos con pintura en los lugares más recónditos, días tarde en redescubrirlos frente al espejo, pensando “mira dónde fue a dejar las huellas éste, por aquí pasó Jordi!”, también pensé que él tendría más maña para despintarse y me pregunté cuántas veces y con cuántas mujeres acabaría igual, mi gran y escurridizo artista, ése que parecía no estar nunca en ninguna parte.

Tras la presentación del libro de su obra y la inauguración de la exposición de la misma no volví a verlo más, ni siquiera por causalidad aunque creí cruzarlo algunas veces, creí verlo de lejos.



Hace unos meses, caminando de nuevo por la ciudad que dejé atrás hacía años una tela llamó mi atención en una majestuosa sala de arte, era mi lienzo, más bien mi silueta en el lienzo sexual de Jordi; no podía ser otra porque tal como las pintamos estaban nuestras iniciales en el borde inferior derecho. Sonreí para mí mientras una niñita tiraba de mi mano.

Seguí sin querer más, sin querer averiguar si habría más telas, si era una exposición de Jordi o multiartista, seguí por no estropear el recuerdo. Quería recordarle por el halo de misterio y silencio con el que llegó y se fue nuestra historia, sin más palabras que las que se escapaban en los jadeos. Sin ataduras, sin un antes ni un después. Sabiendo que aún no es tarde para volver sobre mis pasos y sobre sus huellas.

De ese lienzo que fue su sábana salió también mi novela; con tanta agilidad de pronto como fluyó el sexo entre Jordi y yo, aunque luego sentí celos de compartirla con el mundo cuando por fin lo hice años más tarde supe que nadie como Jordi ni nadie me daría tanto como me dio él sin pedir nada a cambio, nada más que lo mismo que él daba.

viernes, 1 de octubre de 2010

todos mis amantes, 2

Maridos y esposas.




Me pregunto por qué se le da el mismo nombre a dos conceptos tan diferentes como son la esposa (parte femenina del matrimonio) y a las esposas (ese artilugio con el que mandarlo a uno preso). Acaso el matrimonio es para el hombre una condena? ¿Acaso que lo detengan a uno es como pasar por el altar?

El caso es que mi relación y experiencia con esposas fue como estar esposada, acaso se refiere a eso, que la mujer al casarse se ata. Todas las esposas con las que me crucé eran un poco carceleras incluso de sí mismas, porque no sólo me crucé con las esposas de mis amantes, alguna de ella lo era propiamente siendo la esposa de alguien. Y era esposa hasta en cama ajena.



Poco antes de morir mi marido decidimos alquilar el apartamento de la playa para no dejarlo caer en la dejadez. Yo misma entrevisté a la pareja que lo alquiló, jóvenes y guapos creí que les duraría dos telediarios pero me descubrí asombrándome de que pasaran los años y siguieran tan perfectos con el alquiler, pagando y sin ningún tipo de queja ni contratiempo.



Llevaba ya año y medio de viuda cuando conocí a Damián; un ávido publicista con el que empezábamos a codearnos en la editorial y, aunque ni siquiera pensé en la posibilidad de mezclar trabajo con placer, a las pocas semanas ya retozaba en mi cama grande y hasta el momento vacía. Me impregné de su ilusión y empeño en todo lo que hacía; me deslumbré con la luz que proyectaba sobre todas las cosas y su entusiasmo general.

Damián estaba casado con una mujer que seguramente era una buena esposa pero no tanto amiga ni amante, aunque nunca lo hablamos lo fui descubriendo en los recovecos del torrente que era él. No podía imaginar que la verborrea que gastaba conmigo la tuviera también en su casa porque no era humanamente posible.

Me gustaba nuestra relación porque después de unas semanas de dolores de cabeza y razón entendí que la amistad se había asentado y era la base de todo lo demás. Yo era su amiga y su protectora y él era lo mismo para mí. A partir de ahí el sexo corría como el alcohol en las desmedidas fiestas. Nunca le planteé que se quedara conmigo y siempre fui consciente de por qué. Temía el rechazo. Al principio lo temía fervientemente, temía romper algún hilo demasiado importante, con el tiempo y pasado el calentón posesivo ya no me importó ser “la amante” siempre que cuando se acabara lo de recorrer juntos los rincones de todos los lugares íntimos persistiera la amistad.

Damián logró que me estabilizara más en el trabajo, quizás porque algo del mismo lo compartía con él y como me sucedió con mi marido, compartir eso lo convertía en un reto diario, una ilusión el cada proyecto y en cada línea.

En esos días conocí también a Claire, una francesa peculiar, sobrada de talento pero falta de malicia y amor propio. Su imagen era la de una muñeca frágil oculta bajo la piel de una mujer adulta, algo que su vida fallaba hasta el punto de hacerle perder el equilibrio y la cabeza casi, pero dio conmigo y se mezcló con nosotros, convirtiéndonos en su guarida.

Al principio de las andadas de este nuevo trío todo ando sobre ruedas, se metían en la cama la genialidad de Damián con la poesía de Claire y luego estaba yo, feliz receptora del arte y talento de mis amantes; tanto que logré remontar mi proyecto literario convencida de que tantas caricias, sensualidad y derroche de energía eran la mejor inspiración, las musas se alimentan del sexo.



Todos estábamos con todos y nadie era de nadie, cada cual en su casa ya tenía las ataduras suficientes.

Pero tanta maravilla se fue apagando con los meses, Claire ya se traía como juguete sus frustraciones caseras; casada también y esposa con todas sus letras. Su marido, una especie de dios del olimpo, no era especialmente un esposo, ni un amigo ni un dedicado amante, era su marido y su hombre pero su matrimonio no sólo no llenaba a Claire si no que además la vaciaba de todo.

De pronto Claire era la esposa en nuestra cama, era la mía y la de Damián con todo lo malo que eso conlleva, quiero decir, ya no eran frecuentes los momentos de puro y exclusivo placer; nos vimos respondiendo a celos triangulares e infidelidades absurdas, buscando excusas para escapar de lo que ya era nuestra vía de escape.

Hasta que al final llegó la separación por mi parte; no podía consentir pagar los platos rotos de un matrimonio que no existía. Fue una ruptura pausada pero rotunda, me fui tan despacio que fue algo casi natural.

Ellos por su parte siguieron con el idilio, desconozco si con los tiros y afloja propios de un matrimonio o con los de una pareja de amantes furtivos.

Me desvinculé de la relación pero sin perder el contacto, Claire ya no era mi amante pero si mi amiga y no pensé que debiera dejar de ser su confidente, especialmente porque me preocupaba su estabilidad emocional y una vez cortada la relación se me hacía más humano soportarla. Con Damián seguía una respetable relación laboral si bien por azares de la vida la amistad fue deteriorándose.



Algunos meses después celebramos una fiesta en la editorial con motivo de la presentación de un espectacular proyecto; se trataba de una edición de lujo sobre el trabajo de un creciente artista.

En el cóctel estaban todos nuestros colaboradores invitados e, impregnados del ambiente festivo de la navidad próxima, no faltó nadie.

Saludando a los invitados di con Damián, acompañado de su esposa, una chica alta y guapa, morena, parecía una muñeca de porcelana o el calco en carne y hueso de una barbie morena. Y me resultaba tan familiar! La conocía, había hablado con ella sobre la tranquilidad del mar, los hijos que ninguna de las dos tenía, del futuro efímero y el pasado inconcreto. Era la chica del apartamento de la playa. Por su expresión plana y lineal de esa noche supuse que ella no me había reconocido, parece que mis tributos en la cama no se respondían con mi vulgar presencia del montón.

Damián no era, por mucho que hubiera cambiado, el chico que tenía el piso alquilado, el tal Máximo Rodríguez, a cuyo nombre estaba el contrato de alquiler. Desde luego que no era él, a quien a penas conocía pero recordaba su cara, a quien sí conocía era a Damián, cuyo cuerpo conocía palmo a palmo con todos mis sentidos. Pero el tal Max, del que por otra parte había oído tantos lamentos y milagros, estaba también ahí, algunas cabezas y risas más allá y del brazo llevaba su esposa, ahora mujer llavero, Claire.

Quise desaparecer justo cuando me vi en medio del círculo que formaban ambas parejas; bellas, exitosas y sonrientes.



Me llevó los instantes más largos del mundo pero huí, no sólo del círculo que representaban los maridos y esposas erróneos sino también de la editorial, perdiendo el contacto con Damián y Claire. Supuse que por lo menos el idilio entre sus respectivos terminó unos tres años después cuando no renovaron el contrato de alquiler, nunca supe los detalles, quizás quise pensar que el engaño había llegado a su fin.

Yo por mi parte me retiré de la olla de caracoles que me parecía en eso momento la editorial, mezclados placeres con deberes era como si las líneas de letras que era mi vida estuvieran revueltas sin orden ni concierto.

Y aunque me fui con la extraña sensación de falsedad también me llevaba el buen sabor de boca que me dejó el artista, en el cuerpo y con su obra. Fuente de inspiración para la reestructuración de mi inacabada obra y algunas otras.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Todos mis amantes, uno.

Yo quería ser puta.





Estaba yo tomando un café esa mañana en la que la vi por primera vez; en un pequeño antro de una larga calle llena de esquinas y putas.

La suya fue una aparición providencial, se llenó el espació de su imagen y de pronto en los rincones no había mugre.

En los meses posteriores la existencia de cada cosa y de cada instante quedaría marcada por la relevancia en su colocación al paso de ella por la callejuela. Y era posible que se borrara de la vulgaridad cualquier elemento que nada tenía que ver con María.

Era la puta más bella, la puta más puta sin duda y lo que más destacaba en ella era que aparentemente no destacaba en nada.

Esa primera vez que yo la vi desprendía un aire de autosuficiencia que lo vestía todo, llegaba María y quedaba en el aire la estampa de ser puta porque una lo valía, sin chulos ni chutes.

María era muy leída aunque la lectura la había alcanzado a ella a una edad muy puta ya y gracias a un cliente, modesto y ávido, que convirtió a su puta en una heroína nacional pero de quien nunca se supo más que un sobrenombre, Gata. Se llegó a especular con que la Gata era un personaje de la imaginación del genial escritor, que se colgó de una biga horas después de entregar su novela. Quizás por eso y no por el coño de la gata el libreto, resultado de muchas horas de retozar en la cama de María, más de las que quisiera gratis (aunque a lo hecho pecho, ahora quisiera cobrarlas como derecho de musa pero en su día las perdió muy gozosamente), llegó a ser la biblia de los más y los menos.

En el barrio de las putas donde se movía María, donde se movió sigilosamente Alan, el escritor y donde acabé dando coletazos yo para verlos ir, la fama de Gata se la llevaba otra, una sudamericana café con leche, que no respondía para nada a la magia que envolvía al personaje de Alan; a penas unos pocos sabían quien había albergado los sudores del escritor; una era la propia María, Ángel el editor, que dio con ella por casualidad y yo, que era la novia de Alan, sigiloso nuestro noviazgo y conocido por menos gente aún, a veces me pregunto si era yo la única que lo sabía.

Formábamos los tres, sabiendo lo que sabíamos sin saber lo que sabía el otro, un tándem de sexo y traición que giraba en torno a la musa del genio.

En mi caso era más una reconciliación con el pasado, los hechos y las pérdidas. Yo, que había sido quien sufrió las frustraciones de Alan, las idas y venidas, facturas, tinta y papel, la que cargó con los gastos de su genialidad, que no fueron pocos para mi modesto bolsillo, aspirante a genio también, necesitaba por lo menos saber quien había sido su musa y por qué ella y no yo. Y supe quien era nada más verla, quizás sólo yo la podía descubrir de esa manera, tras haberme bebido el antes y el después de cada frase, de cada párrafo del libro, buscando de paso alguien entre los personajes que pudiera ser yo. Y la quise nada más verla.

Ángel la descubrió sin querer, una noche de celebraciones y en su clímax de embriaguez, buscando el váter donde vomitar. Bien se cuidó de no decírselo no fuera que le reclamara algún beneficio. A mí no me descubrió nunca, ni en los orgasmos ni tampoco en la luna de miel, ni siquiera en su lecho de muerte cuando creyéndolo en las últimas le confesé todo en vano.

Tampoco me descubrió María, que a los dos días de conocernos ya pasaba sus horas libres conmigo, a los pocas semanas me presentó al editor que sería mi marido y esa misma noche empezamos a compartir cama los tres, nunca supe si gratis o si Ángel pagaba por los dos, quiero pensar que al final y de algún modo María se llevó su parte, aunque fuera en especias o ahogando las penas.



La Gata acabó sus días de fulana y de persona ahogada en un charco de sangre en una cuneta, corrió casi la misma suerte que la puta del libro de Alan. Nunca supimos quién o quienes la rajaron pero fuera quien fuera dio idea para que desaparecieran otras tantas del barrio, de alguna se encontró el cuerpo, de otras no se supo más. Lo que hizo que hasta muerta siguiera en el anonimato.

Tuvo un bonito funeral, como ella quería, con muchas flores y más lágrimas, banda de música y velos negros acompañando la limusina.

Algunos meses más tarde Ángel y yo nos casamos, refugiándonos en la soledad del otro. Fuimos más felices de lo que merecíamos y lo que esperábamos. Él se centró en su editorial y recuperó el esplendor que se había ido durmiendo entre las sábanas de La Gata.

En una ocasión, en la sobremesa de una velada encantadora, tumbados en el suelo de la terraza contando las estrellas, Ángel me preguntó cómo y por qué había conocido a María.

- Quería ser puta.- le dije yo saboreando unas palabras estudiadas para la ocasión.- Y ella logró, hizo que no lo fuera.

Cinco años después de María se fue él, agonizando y en silencio. Siempre me digo que ninguno de los dos tuvo una muerte justa, si es que morirse es de justicia.

Ángel me dejó viuda y rica rondando los treinta, con la carne aún prieta y un prometedor futuro en la cama de todos mis amantes, para no dejar de honrar a mis tres amores.