domingo, 12 de diciembre de 2010

EL puente del deseo.

Hoy anduve por tu puente;



cruzándolo de tu mano


o con tus manos.


caminando en ti y contigo.






Me dejé llevar, flaqueé contra el enemigo complicado,


en forma de peros.


Pero el amor es sabio (y su fuerza atrae),


el mar cura, y la sal limpia.


Y encontré arena y te busqué en el puente.






Yo cosía las tablas con palabras, (palabras como pétalos)


y con mi boca;


mientras con una mano cacé un lazo, para ti, para atarte a mí.


Para mí.


Para nosotros y las cosas simples.


Miles de ellas.






Se deshizo el lazo


para cubrirnos de capa


y de delicias (al roce de tu suave piel y tu dulce lengua)


pero te perdí.






Sigo en el puente, sentada donde me dejaste


y como me enseñaste, esperando y esperando


Sin perder la sonrisa.


Suspendida en el aire de tu puente azul


me alimento de pétalos;


de unos pocos,


y con otros muchos


relleno este espacio en blanco,


que no es más que el reverso


del papel de tu regalo.






Y cazo estrellas, para convertirlas en tus ojos


y así tenerte en ilusión, al menos.


Para conservar la sonrisa mientras te espero.


Para conservarte en escudo contra todos los peros


que son como gaviotas hambrientas de deseo.






Te conté que el deseo es malo?


Vive de camino al infierno.






Quizás aquí mismo,


en este punto del puente es donde vive,


quizás al infierno es donde lleva tu puente.


En mi infierno es donde termina.






Parece ahora un puente de papel,


que se deshace al tacto con las gotas.


Gotas que son lágrimas


o quizás también sean pétalos.


Pero se deshace como sea


y resulta haber mucho aire, aire frío,


entre tu puente y el mar.


Y resulta haber muchos peros, entre tú y yo.


Y resulta que también son pétalos, como arma de doble filo.






Me caigo de tu puente azul, otra vez.


Y caigo por mucho tiempo;


a través de un sueño que quizás era nuestro,


o quizás sólo mío.






Veo el lazo, que ya no es una capa.


Cae junto a mí, siento que no podré cogerlo,


de pronto está lejos.






El mar es piadoso hoy, en este gris día


que por un momento se me antojó azul.


La caída no rompe huesos, ni ilusiones.


Y el nadar me lleva de nuevo a la playa.


Otra vez limpia yo.






Allá a lo lejos distingo a un hombre.


Es el hombre complicado, el deseado,


el conocido.


El hombre que fue otoño y cálido.


Camino hacia él.


Pero no con él, ni en su sueño.
 

El mar en tus ojos.

“La gente hace cosas raras desde que nace hasta que muere.- se dijo Marc mientras observaba a su hermano anudar las redes que había deshecho previamente.- Por lo menos Lluc.”


Éste confeccionaba una red especial para atrapar, que no pescar, al pez de oro. El pez de oro había sido visto en la costa, dentro incluso de la bahía. Se decía que el pez tenía esmeraldas por ojos y pequeños diamantes incrustados entre las escamas, que sus aletas eran de cristal y sus dientes rubíes. Se dejó ver de día y centelleó en las noches claras.

Marc se mostraba incrédulo ante tanto brillante, claro que él también había oído los rumores, pero siempre caía en las redes de Lluc, dejándose arrastrar por sus locuras. Algunas veces no fueron más que locuras que mejor ni rememorarlas, otras, en cambio, resultaron ser auténticas aventuras insólitas, que si bien cabía recordarlas no valía la pena intentar explicarlas, por imposibles.

- En el supuesto caso de que el pez nade por aquí, de que exista, vamos. Para qué lo quieres?- Preguntó Marc.

Ambos hermanos eran inmensamente ricos, ambos habían vivido hasta el momento el equivalente a tres vidas en las cuales habían acumulado grandes riquezas y gastado otras tantas. Ambos habían llegado a un punto de su existencia en la que ya no daban valor a las riquezas, pero quizás Lluc, por ser un poco más joven, seguía en la inocencia de lo insólito.

- Se lo quiero regalar a Marta.- dijo casi por lo bajo.

Marc farfulló algo inteligible hasta para él mismo.



Marta era la joven esposa de Lluc, estaba muy enferma y los médicos no hallaban cura alguna, iba a morirse en unos meses, estaba del todo asumido, por lo menos por los dos hermanos. Era curioso, en la actualidad Marc no había querido casarse, no había aprendido en las dos vidas anteriores a perder seres queridos. Lluc, en cambio, se había casado tres veces, una en cada vida y había perdido a dos esposas. Decía que era ley de vida y aún después de sufrir las pérdidas él creía en el amor y sentía la necesidad de darlo, no pudo, pero, convencer con esos argumentos a su hermano.



Ante tal revelación, Marc, optó por no decir nada, eran muchas las veces que habían hablado y discutido sobre eso. Lluc, para defender su postura se hacía el fuerte ante las adversidades pero Marc lo conocía y sabía que sufría con cada golpe como si fuera la primera vez, y es que lo peor del amor es que siempre llega como nuevo, siempre es fresco y siempre nos coge desprevenidos. Si algo era cierto, a pesar de todo, es que en esta vida, Lluc era feliz viviendo su medio engaño y Marc se había vuelto un poco huraño.



Cuando las redes estuvieron listas zarparon en el llaüt de Marc colocándose en las lindes de la bahía. Pasaron gran parte del día hablando de sus antiguas vidas y aventuras, temas que nunca se cansaban de comentar; también se pusieron al día de sus quehaceres en el pueblo, Marc, precisamente, era pescador y Lluc banquero. Hablaron de sus padres, a los que hacía poco habían visitado, no como calidad de hijos, ya que estos tenían una edad casi siempre similar a la suya, así que en todo caso pasaban por primos.



Permanecieron allí más de doce horas hasta que a lo lejos vieron acercarse destellante al pez de oro.

Entonces Lluc sacudió el cabo que salía del agua, aquél que sujetaba su extraña red.

- La red lo atraerá hasta nosotros, la belleza llama a la belleza- decía sin dejar de mirar al horizonte, donde podían verse destellos gracias al reflejo de la luna, intermitentemente. Casi brillaban más sus ojos que todo el conjunto de luces esparcidas en el firmamento y el agua del mar.

Lluc había tejido la red con sus manos y en cada nudo había una esmeralda, un trocito de nácar rosado u otras piedras preciosas; además la red era grande en exceso con lo que Marc se preguntaba si no tendría más valor y belleza que la presa en sí. Pero bueno, era tontería preguntar después de tres vidas observando las curiosidades e inquietudes de su hermano.

Unos instantes después el cabo de la red se sacudió entre las manos de Lluc y entre ambos lo sujetaron fuerte.

-Ahí está, ahí está, bien chico, bien.- Decía entre dientes Lluc, como si el animal pudiera oírlo y tranquilizarse.

Fueron recogiendo la red hasta dar con el bulto que era el pez, sin duda era una gran pieza, por lo grande que era, pesaría unos ocho quilos sin contar el peso del oro ni los cristales. Lo subieron a bordo y fueron abriendo la red hasta dejarlo descubierto.

- Es precioso! - dejó escapar Marc sinceramente; era quizás una de las cosas más bellas que había visto en sus tres vidas, brillaba con luz propia antes de que la luna se reflejara en sus escamas. Y sus ojos verdes, tan intensos que iluminaban el rostro de Lluc, que irradiaba felicidad. Entonces le miró, Marc miró a Lluc y vio el mar en sus ojos, vio la inmensidad del mar, del amor, de la noche, de la vida y de las sensaciones.

Y esa era su recompensa, se dijo, verlo para no olvidarlo jamás, entendiendo así cada instante de su vida y de la de su hermano.

Observó durante unos instantes a su hermano que a su vez miraba fijamente al pez, maravillándose. Parecía que se hablaban con los ojos, pez y hombre.

Lluc cogió el pez entre sus manos con cuidado de que no se le resbalase ni de pinchase con las aletas; lo alzó hasta la altura de sus ojos y entonces el pez escupió un enorme diamante. Marc, incrédulo, vio como su hermano, después de eso, devolvía el pez al mar y éste, a su vez, nadaba alejándose del llaüt.

- Por qué lo sueltas?

Lluc sonrió buscando sobre sus piernas el diamante y guardándolo.

- Era demasiado bello para que alguien lo capturara.- a Marc le parecía cierto y acertado.- En su lugar me ha dejado un regalo para Marta, a cambio de que lo deje libre, para que otros hombres sigan teniendo la esperanza de dar con él, como nosotros esta noche.

Marc suspiró, de nuevo su hermano le había dado una lección, de nuevo una de las locuras de Lluc se había convertido en una de esas experiencias rememorables pero no confesables. Aunque tampoco su existencia real lo era. Decididamente, había cosas a las que uno nunca se acostumbraba a pesar de los años y las vidas. No se acostumbraba al amor, ni al desamor, ni a las pérdidas, ni a la capacidad de asombrarse, también era cierto que con un compañero como su hermano era difícil acostumbrarse. Se sintió entonces afortunado y se sorprendió porque eso ya le había pasado incontables veces, afortunado de tener a su hermano cerca por toda la eternidad; y le asaltó de nuevo esa pregunta, tantas veces efectuada y sobradamente sabida:

- Sabes, por mucho que busques en todos los mares jamás encontrarás la riqueza que yo poseo, que eres tú.

- Yo no busco tesoros ni riquezas, sólo busco que no se apague esta llama que hace que no te canses de estar a mi lado.-contestó Lluc antes de que él siguiera con su frase.



Y volvieron al puerto, con su pequeño regalo para Marta y su gran tesoro latiente. El pez de oro siguió nadando por ese y todos los mares, buscando esperanzados humanos a quién regalarle su belleza.