No quisiste
ver, Valentina, como se cernía sobre nosotros el invierno.
No te dabas
cuenta de que con tus silencios nuestros días se hacían más cortos y las noches
más solitarias; largas, frías y mudas. Te veías ir lentamente, lo sé, hacia un
lugar seguro, aunque alejado de mí, del que no era posible volver; nunca
pretendiste que te acompañara, te conformabas con que contemplara tus pasos,
como quien contempla el cigarro de otro consumiéndose en el cenicero. Yo no
podía conformarme, Valentina, ya sabes que soy impaciente, torpemente
impaciente. Nunca soporté el lugar que ocupaban tus lagunas, tus vacíos,
siempre intenté llenarlos con respuestas, te preguntaba todo Valentina, ¿lo
recuerdas?¿recuerdas cómo te asaltaba con
mis temores? Eran preguntas que se clavaban como cuchillos, que en
realidad iban de tus silencios hasta mi razón y te las devolvía en forma de
pala, para cavar en tus silencios y que te apiadaras de mí, que me consolaras
¿es posible que no te dieras cuenta, Valentina? Claro que no, eras consciente
de todo pero me ibas dejando en un rincón de tu bondad mientras te alejabas y
te dejabas abrazar por tus demonios, malditos demonios. Si una sola vez me
hubieras dejado entrar, Valentina, aunque sólo fuera para saber contra qué
estabas luchando y por qué te estaba perdiendo.
Y así fue
como llegó el invierno a mis sentimientos. Perdí las ganas de esperarte, perdí
las ganas de luchar contra ti mientras tú te dejabas ganar por tus pesadillas,
por los silencios. Fue tan doloroso dejarte ir, Valentina, pero tú nunca
quisiste quedarte y dejaste que la soledad del frío invierno me invadiera e
hiriera de muerte. Se me helaron las ganas de esperar a que tendieras tu mano y
se helaron mis labios como se hielan las hojas de madrugada y se me quebró el
dolor por el frío.
Te
sorprendió que tirara la toalla pero no lo suficiente como para reaccionar, ni
siquiera entonces; añadiste el dolor de mi marcha a tu saco de nubes negras,
como lo llamabas tú, el mismo donde residían todos tus demonios; ése en el que
no me dejaste echar un ojo; ahí metiste tu dolor que también era el mío, y así
de impasible fue como terminaste de irte y te perdí de vista.
Y hoy, mi
querida Valentina, el frío del inminente invierno me hiela el corazón y te
lloro amargamente; has apagado tus días y te has abandonado al sueño eterno.
Has decidido rendirte al enemigo, así lo pensaste; no pudiste pensar que en
realidad te abandonabas a tu locura, no quisiste ver que esos demonios eras tú,
consumiéndote lentamente; alimentado tus propias ganas de devorarte por dentro.
Nada ni
nadie pudo destruirte, Valentina, ni tampoco nadie pudo sacarte de ahí, de tu
propia cárcel.
Y tu egoísmo
no puede mitigar mi culpa; el invierno se ha apoderado de mis sentimientos y
tengo miedo de que asomen demonios tras estos negros nubarrones que son mis
remordimientos.