miércoles, 26 de octubre de 2011

Campanas de Boda.

Alicia oyó un repentino aletear procedente del campanario, signo inequívoco de que las campanas estaban a punto de repicar. Se alzó dejando en el suelo la pala con la que estaba trabajando y giró la cabeza en dirección al pueblo, y en ese instante, como era de esperar, empezaron a sonar las campanas, y eran campanadas de boda.
A ella le hubiera gustado casarse, con Alfredo por ejemplo; pero Alfredo prefirió casarse con Eduarda. Además formaron una bella estampa matrimonial a la salida del templo y poco después un bella estampa familiar con sus tres hijos en su bello hogar; hogar que Alicia frecuentaba con flores y hortalizas de su huerto.
Eduarda adoraba a Alicia, quizás porque a ella le hubiera gustado casarse con Luís, el hermano de Alicia, pero éste prefirió casarse con Patricia.
Luís y Patricia no habían formado familia aún porque ella prefería cuidar de los desheredados de Uganda y así poner medios y tierra de por medio con quien realmente le hubiera gustado casarse, Julián.
Julián se casó con Flora, la sobrina del capellán, porque Julián era un partido viable a todas luces, no como el que ella hubiera querido, Pedro. Tras años de intentos fallidos, Julián y Flora adoptaron a dos niñas en Uganda.
Pedro, de todas maneras, siempre miraba para otro lado, a ver si alcanzaba la figura de Sandra y de paso su atención, y lo logró después de que Roberto, con quien ella hubiera querido casarse se matara en un accidente de coche, cuando volvía de la mili dispuesto a pedirle la mano a Alicia.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Jota.

El hombre, cuyo rostro tenía cubierto con sus manos rugosas paró de llorar por un momento, cogió aire de entre sus manos y rompió de nuevo a llorar. Ahora murmuraba algo entre sollozos; a mí me parecía bastante ridículo y me sentía avergonzada por él, mientras seguía yo en esa postura absurda, sentada en el agua. Miré a mi alrededor y vi las barcas faenando, pensé que si me movía, si me levantaba iba a provocar un maremoto, un tsunami o similar pero era harto incómodo estar sentada en el agua. Decidí hablarle al hombre desde mi incomodidad.
- Hola?
Paró de sollozar sin descubrirse el rostro, durante tres segundos no pasó nada, luego rompió a llorar de nuevo. Estaba a escasos metros de mí, seguro que me había oído o había oído algo.
- Hey!- ahora, además de dejar de llorar se quitó las manos de la cara.
- Eh!! Quién eres? Qué haces ahí metida, esta es mi playa! Sal de ahí ahora mismo!- No parecía lo que se dice triste, más bien muy enojado.
- Lo siento- me incorporé sin pensarlo y ya derecha me acordé de los pescadores y mi mirada inquieta se dirigió a ellos, ahí seguían, mi movimiento, que supuse similar a que emergiera el Everest de la bahía de La Parra, no provocó ningún desastre de ningún calibre, ni una pequeña ondulación.- No sé qué hago aquí…- titubeé- No sé cómo he llegado ni dónde estoy exactamente- miré atrás y pronto reconocí la bahía de Alejandría con cu enorme muro que casi unía los cabos.
- Pues estás en mi playa y lo que haces es estorbarme.- El hombre se puso en pie, ya no me parecía tan mayor a pesar de que se podía sembrar en los surcos de su piel. Tenía una mirada furiosa que me dedicaba plenamente y en su boca semiabierta podía verse un horizonte desdentado, él en su conjunto ofrecía una visión cómica, pensé que seguramente ni él lo sabía, llevaba una camiseta de manga corta con los colores del Real Madrid y una gorra del Barça.- Quién te crees que eres!!
- Bueno señor, tranquilícese. Ya le he dicho que no sé cómo he llegado hasta aquí, no estoy metida en su playa por gusto, de hecho estoy bastante incómoda.- Di unos pasos hacia la arena de la playa con intención de salir del agua pero él tipo gruñó y me hizo parar.
- No te acerques! Antes dime quién eres!- dijo en un chillido.
Suspiré.
- Me llamo Yvén, no sé qué hago aquí, ya se lo he dicho, yo estaba durmiendo tan plácidamente en una cama de un hotel y he aparecido aquí, y créame, despertar mojada de aguas ajenas es sumamente desagradable y encontrarse con un rostro hostil que no para de chillar y prejuzgarme es más desagradable si cabe.- Mi contestación sonó a enfado pero así me sentía, ni queriendo podría haber resultado más sincera, el tipo me miró arqueando una ceja, cuanto más visto lo tenía más indescifrable me parecía su edad, su rostro se me antojaba atemporal. - Y quién es usted?
Sacó pecho, el pobre resultaba graciosamente ridículo, calculé que le sacaba algunos centímetros.
- Soy Juan Pequeño Río Grande Sin Puente, Dios de Los Perdidos, Duque de Las Tierras Áridas y Guardia de Almas en Trayecto- dijo de una tirada con una voz grave.
Conseguí aguantarme la risa pero mis ojos delataron incredulidad y algo de mofa.
- Bueno…, ya veo y…, qué lugar es este. A mí me parece la bahía de Alejandría y…, por qué somos tan grandes?
Miró al cielo con alarde de falsa paciencia.
- Es que es la bahía de Alejandría, yo soy grande porque soy un Dios y tú eres grande porque eres un gran estorbo, imagino, y porque estás en mi territorio.- Pareció relajarse, se sentó de nuevo en el edificio que hacía las veces de taburete y de uno cercano tomó una taza de té. - He estado un tiempo fuera y el agua se ha ido evaporando, vine a rellenar la bahía, que aquí hay muchas cosas perdidas y hay que preservarlas.
- Ya veo.- En realidad no veía nada pero estaba en un mundo irreal, mi dimensión se había multiplicado incalculablemente y ya quedaban pocas cosas, después de todo, de las que asombrarme, al fin y al cabo soy semi bruja, semi Ladrona de Humo renegada, piloto de escoba voladora, tengo una amiga hada y me codeo con los eternos.- Bueno, y cómo hago para salir de aquí y volver a mi prestada cama?
- Qué sé yo!
- Bueno, eres el Dios de los Perdidos y yo estoy perdida.- Eso sí resultaba asombroso, mi espontaneidad.
Se puso a reír con ganas y en su júbilo también espontáneo casi derrama el té sobre las calles de la ciudad, ahora ya sé a qué se debe que llueva fango, no es fango ni tierra de África lo que llevan las gotas de lluvia, es té de algún Dios.
- Yo no soy tu Dios!- Entonces me vino a la mente Richard Jeremy que en una ocasión me dijo que pensara en el cuidadosamente, si lo hacía con ahínco le dolían los huesos… (un Dios tiene el tamaño de la fe que le procesan, por eso Richard es una tortuga, cuanta más fe mayor tamaño y mayor poder, cada vez que aumenta la fe o hay un creyente nuevo el Dios crece. Mi Dios no es muy grande, no lo es nada pero a veces me acuerdo largo rato de él y el tío da un estirón.).
- Es cierto, usted no es mi Dios pero podría echarme un cable ya que estoy en su “reino”.
Me miró de arriba a bajo con cierto aire de superioridad y su rostro pareció decidir que iba a hacerme un favor.
- Quién es tu Dios?
- No creo que le conozca…, es una tortuga, se llama Richard Jeremy.
- Ahh! Richard!! Le conozco, fue una joven promesa pero veo que se convirtió en un viejo fracasado…, hizo sus prácticas divinas bajo mi supervisión…, así que en algún momento tú has sido una perdida, ja ja!- Se llevó la mano al pecho mientras reía su tonto chiste.- Bien, voy a llamarlo y que venga a por ti.
Cogió un teléfono móvil del mismo edificio donde tenía el termo del té y llamó a Richard.


A cabo de unos diez minutos en los cuales Juan Pequeño Río Grande Sin Puente, Dios de Los Perdidos, Duque de Las Tierras Áridas y Guardia de Almas en Trayecto (al que, por cierto, y por fortuna, podían llamarlo por la abreviatura Jota) que su rebaño de creyentes eran personas perdidas, sin futuro o destino cierto, era, según él, un buen Dios porque siempre hacía lo posible por sus creyentes intentando encaminarlos o ayudándoles en su camino hacia el destino, porque uno acaba aceptando la realidad y asumiendo lo que es pero el fondo de uno siempre aflora por alguna parte, por muchos logros que tuviera en su haber, por muchos caminos que lograra trazar en la vida de sus fieles nunca iba a quedarse sin adeptos; pues después de todo eso, el tipo hablaba sin descanso para coger aire, cosa que sólo puede permitirse un Dios, claro, llegó Richard Jeremy nadando por el mar. Había crecido considerablemente, su caparazón llegaba a la altura de mis rodillas aunque no tomé el cambio muy enserio porque ni tenía cara de sufrimiento ni de alegría aunque sí de enfado.
- Jota- saludó- Niña- saludó.- Perdona si te molestó y gracias por llamar, vamos Yvén.- Sonaba de lo más seco, pensé que la reprimenda se la reservaba para el camino, a solas conmigo.
- Un placer conocerle Jota.- dije a modo de despido.


Empecé a andar dentro del agua dirección al mar abierto, Richard nadaba delante de mí. Cuando llegamos al muro paró y me miró.
- Podrías cogerme y llevarme encima.
- Esta vez no cabes en mi escote, Richard, por qué no me llevas tú sentada en el caparazón?
- Te crees que soy un caballo? Tú fe no merece tanto esfuerzo. Al menos levántame, no me apetece cruzar paredes. - Lo hice y cruzamos el muro y ya en el mar abierto me dijo.- Mete la cabeza en el agua. Y haz el favor de no ir por ahí incordiando a los Dioses.


Metí la cabeza en el agua y mi cuerpo siguió a su líder sumergiéndome en las profundidades, iba cayendo al fondo, miraba a la superficie y a mi alrededor y no veía a mi Dios, creí ahogarme cuando desperté en la cama de Linnus, mojada y salada.

lunes, 21 de marzo de 2011

Regresaba para morir.

Pisó la tierra que lo vio nacer un quince de enero; el sol intentaba calentar, entre aburrido y distante, los campos escarchados que acompañaban a la carretera que lo llevaría al pueblo. En el asiento trasero del taxi contemplaba los campos veloces y montañas venideras, apenas cambiadas con el paso de los años. Y a ellas, las eternas ovejas, perezosas y acostadas bajo los almendros desnudos.
Pronto se vestirían de novia, y él pensó que quizás no lo vería; no vería esa ristra de novias plantadas todas juntas a la espera del pistoletazo de salida a ninguna parte. Y otra vez las ovejas; un rayo perdido de luz solar le trajo un pícaro pensamiento, uno de esos que los setenta años cumplidos no le había logrado sesgar. Las ovejas parecían correr más que el auto, tanto que las mismas lograban posar para la ventanilla del taxi, así, sucesivamente, como una película tonta, bajo los almendros igualmente desnudos en los campos siguientes, los que el auto iba rebasando a su paso.

Partió al principio de la post guerra y no se podía decir que fuera la hambruna la que lo empujó a  marchar; su madre acababa de enviudar y correr con el cargo de tres hijos era mucho, así que él, que era el mayor siendo un pequeño de cuatro años, fue enviado a Francia, al cuidado de unos tíos paternos. Los únicos tíos paternos, de hecho. Había vuelto en numerosas ocasiones pero jamás en condición de residente, tan solo de vacaciones y para funerales y bodas varias. Siempre que pasó por esa carretera lo hizo pensando que era un extraño en su tierra o qué carajo! Esa no era su tierra, su hogar, sus calles y su gente estaban en la Marsella que lo acogió como a un hijo esperado. Y ahora, sesenta y seis años después de su primera marcha, que además fue por mar, reconocía en los almendros el camino a casa, a la única que le quedaba ya.
En Francia dejaba las calles vacías de su vida acabada, un negocio que se mantenía sobre pilares de acero incorrompibles y dos hijos hechos y derechos. Claire, su hermosa francesita de palabras suaves y mejillas rosadas había muerto hacía diez años; se la llevó el tren en el percance más absurdo que se recordaba en mucho tiempo, pero así fue, se la llevó de sopetón y sin previo aviso mientras él compraba los tickets de una luna de miel sobre raíles. Pasada la conmoción y el espanto empezó a rumiar la idea del regreso; “de que los lazos nunca se rompen, en todo caso se aflojan, hasta que uno se descuida y notas como el otro, el que creías muerto, estira un poco, un poco más cada vez. Y cuando los inviernos te hacen crujir los huesos y los diciembres te hielan la razón es cuando más notas la presión del hilo que se pasó las décadas vestido de seda maricona sigue en la retaguardia para tirar en forma de alambre de cerco.”


El último año lo pasó cerrando puertas y ventanas de su vida en Marsella. Sus hijos si bien no le reprochaban ese regreso, sí se contrariaban con la férrea idea de que era un adiós definitivo. Su padre bien se encargó de decirles que su tierra era esa que pisaban a diario de camino al colegio, entonces, por qué ahora volver a una tierra que sólo había sido de acogida temporal? Pero él se mantenía fiel a esa nueva idea, de loco viejo y oxidado. Y es que él, aunque nunca lo dijo ni se le notó en el semblante, notaba el peso de la muerte en el pie izquierdo, y sabía que la muerte trepaba y quería que cuando le llegara al cogote y le hiciera andar con la mirada clavada en el suelo lo pillara entre los naranjos de la huerta de su madre.


Por eso regresaba para morir.

domingo, 20 de marzo de 2011

El hombre-sacarina y la señora Piedra.

Llovía a las dos treinta de la tarde tras los cristales de un ático en Alejandría; un repentino buen humor se apoderó de nosotras armándonos de sartenes, ollas, delantales y cháchara y alrededor de una mesa caoba, comiendo un rico arroz a la cubana, Elisa me contó una curiosa historia.
-Has oído hablar del hombre -sacarina, verdad?
-Ja ja, no.
-Venga ya, seguro que algo habrás oído.
-No, te estás riendo de mí, nunca oí nada de eso.
-No conoces la historia del hombre-sacarina y la señora Piedra? Es imposible. Igual cuando la oigas te suena de algo.
-Igual, pero no creo.
“ Hace algunos años- cincuenta, creo- había un hombre en Sóller, un tío guapo, pero era idiota- ya sabes, de estos rematados que están convencidos de que no hay nada más allá de la punta de su nariz, o su polla, que al caso es lo mismo. Y mira que siempre tiene que haber uno de estos, por lo menos, rondando el valle, verdad? Mi ex era igualito, me acordé mucho del hombre- sacarina cuando Julio me dejó, aunque no sé porqué te digo esto, por cierto, conoces a Julio?”
“No conozco a ningún Julio”
“Qué suerte la tuya…, bueno, el caso es que el tipo, además de lo malo mencionado era el típico hombre que endulza pero no engorda, como la sacarina, en cambio se ganó la fama de ser nocivo, muy nocivo y de provocar males con su hacer. Como la sacarina, vamos. La señorita Piedra, era eso, una mujer piedra, impenetrable e inamovible hasta que alguien, con mucha fuerza, o unos cuantos, la movió, y la dejaron en el alto de una colina, sola y a merced del viento que de tanto golpear en su cara más lisa rodó ladera abajo llevándose cuanto encontraba en su paso, aplastando todo aquello que la movió de su sitio, el hombre piedra, que a veces veía venir las cosas, más si él las provocaba, se hizo a un lado, con lo que la señorita piedra sólo lo rozó en una ráfaga de miedo. Al final la señorita piedra acabó en una casa anclada y se convirtió en la señora Piedra, el hombre sacarina siguió buscando a quien endulzar sin engordar mientras que poco a poco se iba desinflando y perdiendo el dulzor de tanto usarlo.”
“Ah…, y cuál es la moraleja? Qué relación existió entre ambos?”
“La moraleja no la acabo de ver clara, más allá de la libre interpretación y la relación entre ellos es que él logró mover la piedra para colocarla de trinchera, y claro, eso no le gusta a nadie, imagino.”

jueves, 17 de marzo de 2011

Me invade el recuerdo.

Ríos verdes de polen caído
corren calle abajo como entonces,
como cada año por estas fechas.
Cual polvo del amor
marchito y lavado.
Previo se mecieron en el aire,
buscando diana en su camino.
Me asalta el olor a lluvia,
de la lluvia mojando sobre charcos.
Apartando hacia las orillas
el verde tinte
llorado de los árboles,
como se aparta
a la orilla del pensamiento
el recuerdo atravesado
en el alma.

domingo, 13 de marzo de 2011

Amago de existencia

No me gusta salir de paseo con la escoba las noches de tormenta.
Me gustaba con la antigua Apolonia, nos conocíamos muy bien, era hasta excitante, pero con mi nueva escoba, de momento, me da miedo. Quizás más adelante, cuando nos conozcamos mejor y haya algo más de coordinación de movimientos. No me fío de ella, ni de mí, ni del viento, ni de los rayos, la lluvia y los truenos. Que no es lo mismo caer al mar que caer sobre las rocas de la montaña o sobre un olivo o un tejado.
Esta noche hay viento y se atisba algún rayo a lo lejos, Mediterráneo adentro, ella está en el balcón, la miro y parece contenta, algo me dice que si la dejara hacer conmigo en su lomo de madera volaría como una alma que se la lleva el diablo hacia el corazón mismo de la tormenta, pero no, hoy no.

Me bajo a la calle, sola y a pie, que por lo acontecido sé que no es de las mejores alternativas pero el aire me llama, si no a volar entre sus corrientes si a dejarme peinar por sus correrías.
A veces hago cosas que no es que carezcan de sentido es que son auténticas barbaridades, a veces hago cosas raras, muy raras hasta para una treintañera piloto de escobas voladoras con termómetro, retrovisores y una cabeza de cerdo robada.
Por aquí abajo todo está tranquilo, la fiesta está en el centro y el puerto está ventoso y desierto. Lo curioso es que con el viento no se oyen apenas los lamentos de las barcas, parece como si hubieran enmudecido y en su lugar oigo portazos, árboles moviéndose (como si quisieran sacar sus raíces del asfalto y ponerse a andar, o nadar, o bailar…), bolsas de plástico volando y un martilleo ahí, en medio de la bahía.

Me dirijo a la playa, me apetece verlos pero los Ladrones de Humo no están, no están todas las noches pero tenía la esperanza de que ésta sí estuvieran, quemando y leyendo; nunca les pregunté con qué frecuencia se reunían y supongo que el viento no es favorable para leer humo, hoy es demasiado caprichoso y salvaje.

Pero sigo caminando por la playa, sobre las piedras y sobre la arena, es agradable; el viento es templado y de vez en cuando me sorprende trayéndome unas gotitas de mar mojando mis mejillas, parece un adolescente bobalicón regalando margaritas a la chica que le hace tilín, o la que se deja regalar.

“No lo hagas, no lo hagas!”

Dejo la playa antes de llegar a su rocoso amago de final y cojo carretera adentrándome en la tierra, caminando entre huertos, casas, árboles.
No hay coches circulando, ni gente a pie como yo, no hay perros ni gatos ni ratas, no hay luna tampoco, sólo algo de viento que tierra adentro parece no querer meterse.

“No vayas, no vayas!”

Y el aire está templado, agradable, voy pensando en mañana, en pasado mañana, en dentro de tres semanas, en dentro de un mes y medio. Voy pensando, feliz, fantaseando, contenta y sonriendo, sonriendo para mí y para nadie más.

Oigo un ruido arrastrándose, me doy cuenta entonces de que todo estaba demasiado silencioso o soy yo que ando muy distraída, hasta que reparo en él y también me doy cuenta de que llevo un buen rato oyéndolo sin prestarle atención. Es un ruido fino, como una i latina, con un arrastre de ies metálicas. Me sigue de cerca, me odio por ser tan distraída.
Empiezo a temer, empiezo a sentir que el aire es caliente, mucho, y se mete entre mi ropa y la piel y penetra en mi cuerpo circulando entre los glóbulos blancos, los rojos y las plaquetas. Llega por ahí al corazón y lo hace latir rápido, como una gran caldera de vapor.

Paro de andar, no puedo consentir estar presa del pánico, no permito que me sometan. Giro sobre mis talones y a mis pies redescubro una cadena, fina y plateada. Sube por mi espalda para anclarse en la argolla que rodea mi cuello. Suspiro. No me acordaba de ella, es la cadena que me une a La Parra.

La fabriqué yo en un día extraño de hiperactividad, eslabón a eslabón de sueños, promesas, ideas, realidades burbujeantes y estrellas perdidas, quedan muchos metros de cadena antes de que se tense pero no me apetece seguir andando, de repente hecho de menos el hogar. Empiezo a andar sobre mis pasos recién dados y cuando llevo unos metros de regreso una luz cegadora me sorprende por la espalda, giro de un salto, sin pensar y unos metros más allá, ahí donde estaría yo ahora de haber seguido hacia delante, ahí justo acaba de caer un rayo.
Un árbol empieza a arder.

sábado, 12 de marzo de 2011

Después de mil vueltas

A veces se confunden los conceptos, pasa cuando en la cabeza se juntan demasiadas cosas, demasiadas caras, demasiados nombres, demasiadas canciones, demasiados relatos por acabar.
Tantos y tantos días de tormenta inundan la razón, se confunden los días con las noches porque todo es del mismo color, se confunde el sueño con la realidad.
Y me voy dando cuenta de ello tal como va pasando, voy viendo, voy observando circular las ideas, se alejan hasta convertirse en motas de polvo, en gotas en un cristal en la casa de en frente y entonces surge la duda y el despiste, qué idea era qué, debí de atarlas con un cordoncito a mis dedos junto con una etiqueta explicativa, o un asterisco.
Y mientras voy viendo y voy pensando se teje una tela en mi razón, cubriéndola, cual velo de novia; ellas siguen alejándose, mar a dentro. Y en mi pensamiento las ideas ahora son nuevas, pero no tengo tiempo de contemplarlas, si me paro a pensar en ellas se esfuman como las anteriores. Me abandonan. Me abandono.
Me levanto del sillón, intento alcanzar a las recién salidas, pero me despisto, me despista el reflejo en las baldosas, en los cristales, en la madera. Veo el reflejo de mi razón volando entre el polvo, o es el humo de mi cigarro?, pero sí que es ella, mi razón, la que me deja, quizás vaya a por las ideas y regrese con el saco lleno, cual Papá Noël.
Veo luz en algún punto, creo entender que la tela que se tejía era el saco a llenar de ideas (no es muy esperanzador ver cómo mi razón actúa en anarquía, aunque sea por mi bien).
Ahora salió un pez de mi cabeza, es un pez rojo, está nadando y volando alrededor de mis rizos, de mis ondulaciones negras. Lo miro, me absorbe, me habla.
- Todo el mundo sabe que los hombres tienen niños.
No lo entiendo, quién le preguntó nada a éste?
Se hace el silencio, se teje, más bien, de tela negra pero transparente como un velo de novia. Se ve más allá del silencio, pero no se oye. Se huelen las cosas y ahora pasa un ángel, y se queda en frente de mí, en un marco tras el velo oscuro. Y un pez rojo vuela alrededor de su cabeza oscura.

-Quién es?-pregunto-QUIÉN ES?- grito.

viernes, 11 de marzo de 2011

(Aire)

Aire

Debajo de mí, a mi lado y sobre mi cabeza. Aire frío y corrientes cálidas, aire vacío y que lo llena todo.
Oxígeno que entra en mí y por el que yo circulo, vuelo, avanzo, cruzo, atravieso.
Aire entre mi destino y mi escoba voladora, cada vez menos aire, arañando mis oídos helados por el aire frío, que se cuela en mis ideas y me torna fría a mí.
Aire son las cosas que le dije antes de que marchara y oxígeno son las cosas que nunca le dije, aquéllas que pensé, aquéllas que no quise decir, aquéllas que no recordé decirle y aquéllas que no tuve tiempo de pronunciar. Aire cruzo y todo el oxígeno que es y todo el que no existe nos separa ahora cuando el aire nos acerca, me acerca. Pero nunca llego, nunca se acaba mi aire, ahora que cruzo el mío y el suyo, nunca se acaba y nunca llego. No alcanza mi veloz heredera, no alcanza a terminar con el aire que nos separa.
En el aire, gracias al aire y por el oxígeno crecen los microbios y las bacterias, de nuevo, intoxican, enferman. Se da la vida en el aire y el aire me la quita mientras el oxígeno me engaña, me miente con promesas y palabras pensadas para que siga cruzando el aire y muriendo poco a poco sin, a pesar de cruzarlo todo, no alcanzar nada.
Porque ya no está en el aire, ya no ocupa su lugar, ya no es destino al que llegar. Ya no hay aire que nos separe. Porque al atravesar mi aire no logro hallarle, cruzo su aire pero es aire vacío, su cuerpo ya no ocupa espacio dentro de ese aire. Aire vacío, instalado en mí. Vacío en mí. Insalvable. Interminable, vacío para siempre que yo ocupe mi aire.
Nada en el lugar donde estaba hasta hace poco, aire en la nada y nada en el aire.
Aire caliente en el recuerdo, no es posible que el aire hierva, es posible que hierva el agua que está en el aire de mi recuerdo, y quema, ahoga, el oxígeno es vapor que se vuelve agua en mi garganta, en mis pulmones o lágrimas que todo lo inundan hasta que me ahogo, ya no respiro el aire donde ella no está.

FIN.

jueves, 10 de marzo de 2011

Oscuridad

Salto de sombra en sombra;
evitando antes de que me evite;
entre sorbos a oscuras
para que ningún destello
brille en mi copa.
En la copa donde derramar la sangre
que luego la oscuridad se bebe.

A la negrura le grito tu nombre
y se alarga cual eco loco;
cuando vuelve
ya es el nombre de otro;
en la oscuridad se perdieron las palabras
y se transformaron en reliquias de otro cuerpo.

Mi voz se distorsiona
porque la intemperie la prostituye
para dar calor a los vampiros
que cazan doncellas puras.
Mientras reclamo
la sangre que dejo escapar
y derramarse en la oscuridad;
tu nombre vuelve a mi mente
y sale de nuevo de entre mis labios
para perderse otra vez.

domingo, 6 de febrero de 2011

Historia de una bruja descalza.

Es difícil quitarse el estigma de bruja, la etiqueta, la sombra, las formas, los hábitos, el olor y hasta la apariencia lejana. Ser bruja es como ser fumadora, o para mí es lo mismo, siempre quieres dejarlo pero nunca pareces poner suficientes ganas. La pobre diferencia es que ser bruja es menos dañino, a la larga, que el tabaco. Pero como todo, un buen día te puede matar, te puede alcanzar el proyectil de un cazador mientras ocupas el cuerpo de un tordo igual que te puedes precipitar al vacío desde la escoba o aspirador voladores. Todo en la vida tiene su riesgo y su mérito.


Me consuela pensar que si dentro de treinta y pico años, si no logré las alas, podré refugiarme en la brujería para no trabajar hasta la muerte, digo, trabajar batiendo dulces a lo abuelita encantadora. Que ya me veo en la residencia, con el tacatá, subiendo al coche de mis hijos o nueras o yernos para que me acompañen al trabajo. Qué cosas!

Y mientras, para guardar las apariencias, me las paso pegando y despegando las alas de las chaquetas, jerseys y vestidos varios, tras coserlas a un velcro. Y es que yo no quiero ser una bruja, pero es como un vicio, y cuando no logro mantenerlo, cuando el mono me asedia; me subo a la escoba y enfilo desde el balcón hacia la brisa marina o la brisa naranjera o la brisa que sea.

A veces me pregunto qué habría sido de mí si mi madre no me hubiera cortado las alas, o si será realmente bueno recuperarlas y cambiar de gremio. A veces llego a la conclusión que lo mío no es más que un capricho, como no estar contenta con el pelo de una.

De ángel, sería más guapa y más buena, con mejor fama (eso porque no acabo de determinar si el ángel hace cosas buenas o las cosas buenas hacen al ángel) pero quizás mi existencia sería un poco más vacía. No se añora lo que no se conoce (mentira), pero yo ya llevo mucho de bruja y conozco bien lo que llena mi vida como tal.

Las alas no tienen vida propia, generalmente, porque son extensión de una misma, como otros brazos algo más peludos y desubicados. En cambio mi aparato volador actual sí la tiene, y aunque no hable, me hace bastante compañía.

Que no sé yo si vale la pena seguir intentándolo o si será más divertido vivir haciendo el tonto, cosiendo las alas cuando me dé nostalgia sin olvidar dónde dejo las botas, porque lo peor de todo es que la fase bruja te pille descalza, con las alas sin poner y la escoba lejos. Cuando una baja de los cielos resulta que el asfalto está lleno de imperfecciones; resulta que la realidad son cuchillas.